Mi familia es bastante unida pero no hay mucha comunicación sobre algunos temas y con mi papá en particular siempre ha habido diferencias de opinión y choques de carácter.
Durante mi noviazgo y hasta que me separé, mi hermana y mi mamá tuvieron un buen concepto de él, porque yo sólo contaba cosas buenas a todo el mundo. Mi mamá a veces se daba cuenta de que yo regresaba a casa triste y una vez me comentó algo al respecto pero nada más. Desobedecí y mentí muchísimo para ver a mi novio cuando no me dejaban y por eso mi papá perdió completamente la confianza en cualquier cosa que yo le dijera. Si uno me decía que hiciera algo, el otro me decía o me invitaba a que hiciera lo contrario, además criticaba mucho a mi papá.
Cuando tenía 22 años me embaracé y las peleas subieron de tono. Un día me jaloneó y pensé de nuevo en denunciarlo pero no quería que le pasara nada por ser el padre de mi bebé. Fui a la iglesia a hablar con una consejera y me dijo pura cosa que no sé si fue tonta o mi mente lo tergiversó para hacer más tonterías. Decidimos casarnos cuando yo terminara el semestre.
Me fui a vivir con él a un departamento de su mamá y poco después nos casamos por el civil. El único que no estaba contento era mi papá. El día de la boda mi nuevo esposo y yo nos peleamos porque me dijo que no iba a dejarlo ver a nuestra hija, porque ni siquiera podía actuar feliz en una celebración como esa y “le enojaba que mi papá siempre me hiciera sentir mal”.
Yo aún no terminaba la universidad, y él no quiso terminarla pero tampoco quiso buscar empleo. Vivimos un tiempo con mis ahorros y apoyo de mi papá. Él fue quien me dijo que aceptara la ayuda de mi papá cuando nos la ofreció pero se enojaba porque decía que por eso yo le tenía más respeto a mi papá que a él. Que tenía que entender que él era mi esposo y sujetarme a él, como dice la Biblia. Solía hacer muchas referencias a versículos bíblicos. Como “el necio pasa por sabio cuando calla el hocico” para decirme que no dijera mis opiniones todo el tiempo.
Comencé a desesperarme porque yo quería creer que en algún momento él maduraría, comprendería, cambiaría, pero me daba cuenta de que esa era la realidad y él cada vez actuaba peor. No hacía nada más que fumar marihuana, tomar, salir con amigos, ver TV y jugar videojuegos. Yo compraba la despensa de una semana y él se la acababa en dos días. Le decía que no teníamos dinero para comprar tanto como él estaba acostumbrado y gritaba que ni siquiera podía comer en su propia casa. Yo cocinaba y se quejaba de lo insípido de la sopa. Yo limpiaba la casa y le pedía que no dejara su ropa por todos lados, que recogiera su ceniza, y él decía que yo lo quería mandonear. Gritaba que las mujeres siempre queríamos mandar, pero que no sabíamos nada. También mentía mucho y cuando le reclamaba por eso me decía que dejara de vigilarlo y se enojaba porque yo no respetaba su privacidad, le pedía que por favor me dijera la verdad y siempre me contestaba “Tú no puedes con la verdad”.
Las agresiones físicas y verbales se fueron volviendo cada vez más seguidas. Mamona, malcriada, lastre, estorbo, inútil, pendeja, frígida, puta. Me ahorcaba, jalaba de los cabellos, arrastraba por los pasillos o daba zapes. No había semana en la que yo no recibiera alguna agresión. Cuando me enojaba, él actuaba como si yo estuviera loca, y si eso no le funcionaba, sacaba la carta de la indignación, y luego la de la ira. Después podía hasta llorar desesperado para que le tuviera compasión y lo comprendiera. Me explicaba que lo que me decía y hacía no era contra mí, que yo era una buena mujer y la mejor esposa, que me amaba y era lo mejor en su vida pero que él se sentía muy frustrado por no poder lograr sus objetivos profesionales. Yo intentaba hablar con él para que entendiera que lo que hacía estaba mal y él me decía “¿Violencia? Para ti todo es violencia. Te voy a enseñar lo que es violencia de verdad.” Me decía que todos los matrimonios tienen problemas, que yo había visto mucho Disney y pensaba que la vida era un cuento de hadas pero que la realidad no era así. Una vez le contesté que mi papá nunca había golpeado a mi mamá y él me dijo “¿Estás segura? ¿Te consta?”. Me sentía tan aislada que hasta en eso me hizo dudar.
Un día le dije llorando que ya no sabía quién era yo misma, que por favor parara, que yo vivía con miedo de él todos los días. Tenía miedo de hablar, de decir cualquier cosa, de decidir hasta la más mínima acción. Me abrazó y me pidió perdón. Esa noche me sacó sangre de la nariz al golpearme contra un mueble.
Poco después nació mi hija. No había pasado la cuarentena y aún me estaba recuperando de mi cesárea, cuando ya me había atacado otra vez. Pero esa vez me defendí como pude. Estaba encabronada porque él había abusado de mí cuando más lo necesitaba, pero aún no tenía la fuerza y seguridad para alejarme de ahí.
No volvió a agredirme físicamente hasta que unos meses después me enteré que me había puesto el cuerno y le reclamé. Entonces sí me tiró contra el suelo y me ahorcó con más fuerza que nunca, me jaló del cabello por todo el pasillo y me azotó contra el piso, y ahí tirada me remató con un golpe en la pierna. Decidimos divorciarnos y se fue del departamento. Después de un par de meses me pidió volver y lo dejé entrar de nuevo pero el divorcio seguía en los planes. La relación cambió mucho porque perdí el interés por completo. Le dejaba hacer lo que quisiera y prácticamente no hablábamos. Él actuaba amigable y yo le daba por su lado, él me provocaba para pelear y yo le daba el avión.
Una noche me dijo que quería platicar conmigo y me dio un monólogo de insultos de al menos media hora. Me dijo que yo no podía elegir a un hombre mejor que él, que nadie me iba a querer “con mis estrías y mi culo guango”, “bueno tal vez sí pero sólo para cogerte”, que iba a hacer a mi hija igual de castrosa que yo y por eso no quería tener nada que ver con nosotras. Yo no contesté nada pero cuando me harté le dije que no iba a seguir escuchándolo y me encerré en una habitación. Golpeó la puerta y me gritó que si no abría iba a tirar la puerta. La abrí y le pregunté por qué me odiaba tanto. No podía comprender cómo alguien a quien le había dado todo y le había perdonado mil veces me hablaba con tanto odio en sus palabras y en su mirada. Su respuesta fue que yo nunca lo comprendí ni lo ayudé. A la mañana siguiente agarré unas pocas cosas y me mudé de regreso con mis papás.
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1 comentario en “Capítulo 2: La violencia aumentó después de casarnos”