Hace poco comencé a escribir un poema sobre mi hija. Sobre la belleza y carisma que tiene y no sacó de mí, sobre cómo nos conectamos cuando nació, cómo me sentí necesitada y sentí necesidad de ella. Sobre cómo su sola presencia me cambió para bien, liberándome de cadenas que yo misma me había puesto, cómo me ha enseñado a dejar de ser egoísta, al menos por momentos, cómo me ha enseñado a amar sin condición. Es tan hermosa, en toda la extensión de la palabra, y su nombre es perfecto para ella. En verdad estoy agradecida de que haya nacido, a veces creo que esa semilla se alimentó de todo el amor que yo tuve para su papá, como si de alguna forma mi amor tuviera que salir, convertirse en pies para ser libre, ser bendición y no miedo.
Y aún así, cuando estoy sola, me doy cuenta de todo el tiempo que perdí cuando no era madre. Y quiero recuperar todo ese tiempo de no buscarme, de no hacer lo que me apasionaba, de estar triste y confundida entre el drama de amores mal elegidos. Amo a a mi hija porque me enseñó a no verme a mí misma, a no ser egoísta como lo somos todos los jóvenes. Cuando veo a personas de mi edad, siento que a sus vidas les falta ese amor entregado que yo tengo la dicha de conocer, no se compara la alegría de un beso de unos labios chiquitos con nada más. Pero también los envidio, envidio todo ese tiempo que tienen para trabajar, estudiar, hacer el amor, dormir, elegir sin mirar a nadie más que a ellos mismos. Envidio su egoísmo.
Varias veces me he puesto a pensar en todas las decisiones que tomé en mi vida para que hoy alguien me llame «mamá». Cuáles fueron las que me trajeron hasta aquí. Qué hubiera pasado si no hubiera hecho esto o lo otro, qué estaría haciendo hoy.
Es extraño porque si no fuera mamá, probablemente no me daría cuenta del valor de muchas cosas: el amor, la entrega, la pasión, el tiempo. No hubiera podido poner los pies en la tierra y seguramente seguiría atrapada en el mismo círculo vicioso. Definitivamente ahora que soy madre soy más feliz que cuando no lo era. Y a pesar de eso, a veces no quiero ser mamá. Más bien, por ratitos, me gusta pensar que no lo soy. Que sigo siendo joven y egoísta como los demás con los que camino por la calle. Me gusta hacer como que no tengo que pasar por ella al rato. Como que no la extraño.
Aunque sí, la extraño siempre que sale con su papá o va a visitar a los abuelos. Siempre que salgo a trabajar, a estudiar o de vez en cuando con mis amigos. La extraño cuando no duerme conmigo y no me despierta en la mañana, aunque me gusta hacer como que disfruto mucho descansar 20 minutos más.
¿Te has sentido así a veces? cuéntame en los comentarios